Ahora que The Smashing Pumpkins están a punto de sacar disco con tres cuartos de la formación original (Billy Corgan, James Iha y Billy Chamberlan van a sacar disco e iniciar gira pero sin D’Arcy, la bajista de los primeros años) es un buen momento para recuperar uno de sus discos fundamentales.
Pocas veces sucede que eres capaz de recordar con exactitud cuándo escuchaste por primera vez una canción, en mi caso con “Tonight, Tonight” lo tengo claro. En mi habitación en casa de mis padres escuchando de noche el luego denostado Plásticos y decibelios de Julián Ruiz, en una época en que la radio era casi la única fuente de descubrimientos musicales. Su delicadeza me dejó impresionado, luego sería single y radiada hasta la saciedad (acompañado en televisión de un vistoso videoclip con look años 20) pero recuerdo ir como loco por querer escucharla de nuevo. No tenía nada que ver con el primer single, la cañera “Bullet with butterfly wings”, ni con “1979” el crudo himno generacional para los que nacimos en dicho año que saldría después como single. Ahí reside la gracia, Smashing Pumpkins son capaces de mostrar en este disco diversas aristas que funcionan muy bien por separado y como disco lo hacen redondo. Poco después de esos descubrimientos radiofónicos me haría con el doble CD que escucharíamos en casa una y otra vez mi hermano y yo como ya habíamos hecho anteriormente con la cinta del “Siamese dream”, su disco previo.
El disco doble se antojó como algo demasiado ambicioso, pero fue todo un acierto. Probablemente si hubieran sacado un disco al uso hubiera resultado una excelente continuación del Siamese Dream pero se hubiera quedado en más de lo mismo. Mellon Collie and the Infinite Sadness se abre con una pieza de piano instrumental con el mismo título que el álbum, luego le sigue la ya comentada “Tonight, tonight” repleta de arreglos orquestales, una relajante obertura justo antes de que empiece la tralla del tirón con “Jellybelly”, “Zero” (que también sería single y motivo de venta de muchas camisetas), “Here is no why” o “Fuck you (an ode to no one)” en unas subidas y bajadas constantes donde brillan igual de bien tanto las canciones cañeras como las baladas y medios tiempos.
Los seguidores más metaleros de Smashing Pumpkins dirán que prefieren las guitarras y baterías que les remiten a Gish, el disco de debut, pero la grandeza que hay que reconocerle a Corgan es su capacidad de evolución…, luego acabaría enamorado de sí mismo y la grandilocuencia no le ayudaría pero esa doble faceta es lo interesante de la banda y que supo hacer converger a seguidores del rock y del pop. Hacia el final del primer disco dos temas sobresalen, la ensoñadora “Cupid de Locke” (los más heavies tenían que odiarla pero a mí me fascinaban esos arreglos aparentemente sencillos como esas percusiones creadas con sonidos de tijeras) y “Muzzle” con esa desgarradora intro cantando“I feel that I’m ordinary just like everyone” en la que uno no sabía si sentirse aliviado o absolutamente deprimido…
El disco dos, por contraposición al primero empieza con ruido desde el principio “Where boys fear to tread” y “Bodies” suenan especialmente sucias, con reminiscencias del grunge, por entonces ya algo debilitado “love is suicide” repetían una y otra vez en “Bodies” y en seguida te venía a la cabeza Kurt Cobain desaparecido tan solo unos meses antes de la salida del disco. Curiosamente Courtney Love estuvo con Bill Corgan antes de estarlo con Cobain… Salsa rosa grunge. Al igual que en la primera parte del doble álbum están las canciones de mayor delicadeza como “Thirty Three”, que sería otro de los cinco singles del disco, “1979”, que estuvo a punto de quedarse fuera y que Billy Corgan acabó poco antes de grabarla, “We only come out at night”, con sonido experimental más propio de cara B pero que cumple a la perfección para desengrasar entre saturación de guitarras o “Lily (my one and only)”, tan delicada que si no la cantara la inconfundible voz de Billy Corgan pensarías que la firman Belle and Sebastian.
Lo habitual en este tipo de discos suele ser contar con canciones cortas y poco arregladas pero para nada es el caso. Con canciones entre 7 y 9 minutos llenos de cambios como “X.Y.U.” o “Thru the eyes of Ruby” o “Porcelina of the vast oceans”… Eso fue posible gracias a que contaron con dos salas de grabación y sendos productores, entre los que estaba Flood que también había intervenido en la evolución de U2. Es cierto que las dos horas de metraje se podrían haber reducido pero el nivel del disco es muy alto y mantiene la escucha gracias a esos giros en la composición que enriquecen el conjunto. Los más fans aún teníamos mucho más material con Aeroplane flies high, caja de los 5 singles que contaba con muchas más canciones y mezclas alternativas.
Hoy en día un disco así sería impensable, veremos qué es lo próximo que nos depararán los de Chicago (por lo pronto el último adelanto compuesto por Iha no está nada mal). Seguramente en esta era de usar y tirar ya no van a dejar ningún disco que consiga trascender con la fuerza de antaño (¿quién lo consigue?), pero lo que no queda duda es que nos dejaron un rico legado. Después de este disco vendría otra vuelta de tuerca repleta de toques electrónicos con el aclamado “Ava Adore” (1998) y tras idas y venidas al bajo y la batería vendría la separación tras la gira de Machina, su último disco de la primera etapa.
Su obra noventera sigue vigente y le perdonamos a Corgan su megalomanía de después. Por lo pronto el reencuentro de tres de los Smashing Pumpkins originales suena a buena noticia (más ilusionante que cuando Corgan retomó la banda él solo en 2007). Para 2019 estarán de gira y una nueva generación podrá corear en directo eso de “Despite all my rage I’m still just a rat in a cage”.