Sí, a estas alturas ya lo sabes. El ciclón Arcade Fire arrasó en Barcelona y Madrid. El concierto del Sant Jordi vino precedido, como en toda la gira, de la Perservation Hall Jazz Band venidos desde Nueva Orleans. Grandes músicos a los que uno podía imaginar improvisando junto a la banda canadiense en momentos muertos de la larga gira mundial que une a ambas bandas.
Uno iba entregadísimo al concierto, más de doce años después de la primera y única vez que había podido verlos en directo. En estos casos el temor a que el recuerdo fuera mayor a la realidad es una opción que pasa por la cabeza. No fue el caso, estuvieron a la altura de las expectativas e incluso las rebasaron.
La puesta en escena pugilística con que irrumpieron no es la primera vez que se ve… a uno le venía a la cabeza la salida al escenario de Bono de U2 en la gira Pop Mart de hace más de 20 años caracterizado de boxeador, curiosamente a la misma banda remitían las máscaras cabezonas que Arcade Fire pasearon en giras anteriores. Pero no piensen en que sean una copia de nadie, para nada. La puesta en escena de la banda liderada por Win Butler se sustenta en una épica que, lejos de decrecer con los años, llevan a más y potencian en directo con personalidad única, eso sí sustentado sobre un repertorio de altísimo nivel gracias a su aclamada discografía sin fisuras, por mucho que el encanto de sus dos últimos trabajos esté un peldaño por debajo de los tres primeros. Los coros acompañaron a todos las canciones y, en la zona donde yo me encontraba entre primeras filas, el delirio no decayó en las más de dos horas que duró el show.
El escenario con forma de cuadrilátero de boxeo, con cuerdas incluidas en los primeros temas, hacía que la vista que tenías desde el escenario cambiara prácticamente en cada canción. Los músicos intercambiaban posiciones una y otra vez con micrófonos en cada uno de los cuatro lados de modo que la escenografía se iba transformando continuamente permitiendo que pudieran cantar y hacer coros desde casi cada rincón del original escenario. Incluso las posiciones a la batería con la propia Régine sentada en una segunda batería en algunos temas, no sería la única que acompañaría a las baquetas al batería principal.
Citábamos antes el papel de liderazgo de Win Butler, pero hay que destacar el papel de auténtica diva de Régine Chassagne o el auténtico meteorito en que se transforma Wil Butler con una intensidad que en ocasiones competía en la captación de mirada de las dos principales voces. Por su parte Régine brilló en varios momentos estelares, especialmente con “Electric Blue”, “Sprawl II” o “It’s never over” con la cantante apareciendo por sorpresa en la grada antes de pasearse por en medio de la pista, pasando a mi lado con paso imponente entre los flashs a discreción de los muchos móviles que captaron el momento.
La parte superior de cada lateral del escenario, a varios metros por encima del cuadrilátero se remataba con las pantallas de rigor, inimaginable su ausencia en este tipo de shows y en cada canción había algún elemento que incorporaba algún factor más o menos de sorpresa: las bolas giratorias que cogían especial protagonismo en “Reflektor”, el juego de luces que formaba unas rejas rodeando al escenario en “My body is a cage”, o sobre todo el guiño al “Transmision” de New Order empalmada al final de “Afterlife”, momento poco celebrado a mi alrededor pero no por ello menos mágico… Eso sí, más allá de toda esa pirotecnia audiovisual los momentos coreables de su repertorio eran suficientes por sí solos para crear una euforia colectiva que se inició en los primeros compases de “Everything Now” con que entraron, siguió con “Rebellion (Lies)” y “No cars go” y resurgió por ejemplo con “Neighbourshood 3 (Power out)” justo antes de retirarse para el esperado bis.
Si al principio uno fantaseaba con una fusión entre la banda de jazz telonera y los canadienses, la sorpresa final se producía con la irrupción en el escenario de los músicos de Nueva Orleans. Más de una decena de músicos dieron todo para cerrar con el reprise de “Everything now” antes de rematar con “Wake up”, sin duda Bowie sabía lo que se hacía cuando se subió al escenario para cantar este tema en los inicios de Arcade Fire allá por 2005. La fiesta se prolongó en el camino del backstage con la charanga abriéndose paso entre el público camino del backstage sin dejar de tocar. En Madrid por lo visto salieron a la calle acompañados de los instrumentos y el público.
En el concierto de Madrid estuvieron mis compañeros de redacción Carlos Riera y Albert Petit. El primero le regaló a su hijo de cinco años un bonito recuerdo de por vida llevándolo a esta cita y el segundo nos regala este conciso balance: “El concierto muy guay… Ahora el resto de conciertos serán como ver un partido de patio de colegio después de haber asistido a una final de NBA”. Muy sutil Mr. Petit…
En resumen, espectacular noche que recordaremos mucho tiempo todos los presentes. Días más tarde uno no puede evitar seguir coreando cualquiera de sus hits de estadio. ¿Excesivamente exagerados? Puede. Y aunque detractores no les faltan a mí me sigue rondando la pregunta, ¿la mejor banda del siglo XXI? Que cada uno piense lo que quiera, en el fondo qué más da.