Hay días en los que, sencillamente, tenemos la autoestima por las nubes. Sin razón aparente, nuestro estado de ánimo es inmejorable. Días en que nos levantamos con el pie derecho y los astros se alinean para que todo transcurra a pedir de boca. Caminamos con la cabeza más alta, el pecho henchido y la mirada desafiante; de hecho, más que andar, nos deslizamos calle abajo camino de nuestro bar de confianza, donde invitaremos a unas rondas a los parroquianos, que pronto estarán brindando en nuestro honor. A las pocas horas, cuando nuestro cuerpo etéreo flote ya sobre la multitud, dará comienzo una noche que se prevé apoteósica. Nada puede salir mal, la música de nuestra playlist te acompaña, vas por ahí cerrando bocas.
A la mañana siguiente, sin embargo, las cosas se ven muy diferentes desde el suelo de la cocina. Te despiertas con un dolor punzante en el lóbulo frontal de tu cerebro, y en todos los demás lóbulos también. Por culpa de esos últimos siete chupitos tienes pocos recuerdos de la noche anterior, pero sí puedes verte con claridad bajando la calle en dirección al bar, zarandeando los brazos de manera exagerada como un orangután. Te sientes ridículo. Tienes un par de llamadas perdidas de tu madre y por tus grupos de WhatsApp circulan fotos en las que no te reconoces: los remordimientos afloran. Lo único que quieres es quedarte en casa, comer algo grasiento y yacer horizontalmente con el encefalograma plano.
Pero esa no es la solución. Probablemente lo que necesites sea un chute de autoestima, olvidar lo sucedido la noche anterior y recobrar las ganas de vivir. Para ayudarte a ello, por supuesto, sirve también nuestra playlist. Con ella, un ibuprofeno y un plan prometedor todo volverá a parecer posible de nuevo. Todavía quedan muchas bocas por cerrar.