Seguro que tú también has tenido esa sensación. Esa de ponerte bajo el chorro de agua, cantar, y que tu voz, de pronto, suene… ¡pero bueno! ¡De puta madre! Luego, cuando sales, no se lo puedes demostrar a nadie. No quedan pruebas fehacientes de ello fuera de ese mágico espacio lleno de vapor y oler bien en el que, por unos minutos, te has convertido poco menos que en Freddy Mercury. Tú lo sabes, sabes lo bien que suenas cuando estás ahí. ¿Cómo es que nadie más se ha dado cuenta de este talentazo serrano que llevas dentro?
Woody Allen sí sabría ver el cantante que hay en ti. En su película A Roma con Amor descubre la voz prodigiosa de su consuegro cantando bajo la ducha. Tras llevarle a una prueba que resulta desastrosa, encuentra la solución para lanzarle al mundo operístico: ya se trate de Pagliacci o de Rigoletto, él actuará siempre duchándose sobre el escenario.
Porque solo ahí dentro tu voz suena la hostia de bien. ¿Quién de nosotros no se ha sentido así? Probablemente porque no te ve ni te oye nadie. Allí cantas solo por y para ti. Probablemente porque el sonido del agua te aísla del resto del planeta y porque sabes que vas a estar debajo del chorro relajándote un rato a gustico, calentito (porque, seamos honestos, por más que también sea agua y que tampoco te vea nadie, el sonido de la cisterna no inspira lo mismo). Quizá porque la música y el agua son sustancias comunes, inestables, fluidas y capaces de colarse en recovecos donde nada más logra entrar. El agua nos limpia, y cantar también tiene su propia manera de lavarnos. Es tan liberador soltar la voz y sentir que suena preciosa. Porque en los conciertos uno también se suelta pero, ahí en medio, tu propia voz no te suena a nada. Más bien lo que se hace es berrear, y volver afónico, es menester. Y es genial. Pero no es un lugar donde cantas y tu voz suena maravillosa. Ese lugar solo es LA DUCHA.
Y te cuento por qué. No se trata de una mera sensación subjetiva. La clave está en la física. Las paredes duras y lisas de baño hacen que esta habitación actúe como una caja de resonancia, de modo que las ondas sonoras se reflejan en ellas, aumentando la intensidad del sonido y haciendo que nuestra voz parezca mucho más potente. Además, debido a la reverberación la voz se mantiene más tiempo en el aire después de emitir cada nota. Las notas graves, que son las más fáciles de alcanzar por todos, suenan más y permanecen más tiempo en el aire que las agudas. El cuarto de baño nos presta la colaboración de su acústica para realzar nuestra voz.
Lo que no sé muy bien es qué tiene que tener una canción para ser elegida como digna de ser cantada bajo una ducha. No todas lo son. No siempre eliges las que más te gustan para este momento. O sí. Quizá sea solo una que se te ha pegado. Quizá es una llena de gorgoritos, de notas tan altas cuyas cimas solo te atreverás a escalar si es bajo la protección de los azulejos y del agua. Quizá a veces puede valer que coincidan con las que cantas mientras utilizas la fregona como micrófono o te haces un air guitar con la escoba. En todo caso, lo que es necesario e indispensable es que te entre así un repente de dentro, y no te quede más remedio que soltar el chorro de voz que hay en ti.
Entre las que he escogido habrá más de una tipiquez, benditas tipiqueces míticas que nos arrancan la voz a todos sin poder –ni querer- evitarlo. Y alguna horterada que pertenece a la adolescencia actual, ni siquiera a la mía propia, y también ochenteces, porque quizá eso de cantar en la ducha tenga algo de regresivo. Va más de una banda sonora, puede que este asunto cantor también tenga algo de peliculero. Y sí. Sí. Hay una de Disney. La farsa se acabó. Qué más da, ya se descubrió. Suéltalo… Porque al fin al cabo, por más etiquetas que queramos colgarnos, incluso ante nosotros mismos, cada uno sabe lo que le mola cantar cuando se queda solo, y en bolas, en la ducha de su casa.
Feel the shower power…
(Y si te atreves, confiésanos cuáles son las tuyas…)
