Cultura musical para indios y salmones

XOEL, LOS TAPONES Y YO

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El ferry inicia el trayecto en el puerto de Palma. Un hatajo de camioneros tatuados, robustos y con chalecos se apostan en la barra del bar de la naviera a media tarde. Sujetan cervezas, charlan y sorben botellines de Estrella Galicia. De repente, uno de ellos, botas, pantalones vaqueros rotos y camiseta de Motorhead negra, asoma la cabeza por encima del resto. Parece un suricato en medio de la sabana. Golpea con el codo a otro compañero que imita el gesto. El descanso de estos hombres, a quienes imagino pequeños al volante, surcando las autopistas peninsulares en camiones mastodónticos, se ve mermado cuando dos tipos se encaraman sobre la plataforma que hay instalada en la cubierta del buque. Son Ora, un dúo que propicia que las cabezas de los machos-alfa-empina-codos giren 180 grados.

IMG_5204Al desembarcar en el puerto de la Ciudad Condal dejé atrás a aquellos transportistas hijos del metal esperando para salir con sus tanques. Un WhatsApp de Pau giró mis planes. Xoel necesitaba unos tapones sine qua non para tocar y yo era la última esperanza. Ya había quedado previamente con dos amigos de la universidad a los que no veía desde la edad de piedra y tenía un break de una hora (aproximada) hasta que me incorporara de nuevo a la embarcación para retornar a la Isla.

El plan inicial era tomarnos unas cañas, junto a varios compañeros que conocí en el trayecto, por el barri Gòtic. Todo cambió. Me vi en la tesitura de encontrar unos tapones para los oídos de un tipo al que no escuchaba desde su etapa en Deluxe. Aquella misión se antojó más complicada que la pantalla final de Super Mario Bros. Ni una farmacia de guardia. Ningún bazar ni establecimiento que vendiera aquello. Preguntamos en hoteles y la negativa se repitió. El tiempo nos engullía y actualizamos nuestras vidas mientras duró la búsqueda.

Ya desesperados, sin apenas opciones, como un gol en el tiempo de descuento, un pakistaní nos señaló un estante que podía contener lo que necesitábamos. No recuerdo el precio. Euro y algo, quizá. Era lo de menos porque allí estaban, esos dos tapones amarillos que supieron a gloria bendita. Completé el recado, el favor que le debía a Pau.

El escenario habitual de la primera toma de contacto con un músico acostumbraba a ser un concierto en un antro, una sala de dimensiones de un mosquito, una entrevista telefónica o un esporádico duelo de TÚ a TÚ cuando me citaba con el cantante en el periódico. Nunca antes había sucedido en un barco bautizado como Abel Matutes, de 190 metros de eslora y en medio del mar. Podría decir que a Xoel López lo conocí en el Mediterráneo. Como digo, le había escuchado anteriormente, pero su rastro se perdió cuando se convirtió en cantautor buscavidas en Sudamérica.

Al subir a la embarcación no localicé a Pau para brindarle los tapones. Así que probé directamente en citarme con el gallego para entregárselos. –Hola, Xoel. Aquí tienes, los tapones-, le dije satisfecho tras mi hazaña. Me miró con rostro de preocupación, alivio y agradecimiento a la vez. Tres en uno. –Oh! ¿Cuánto te debo?-, me respondió colocando su mano en el bolsillo predispuesto a pagarme. Xoel López me transmitió en escasos segundos cercanía y humildad, rasgos que no se atisban, por desgracia, en algunos artistas de la escena nacional cuando alcanzan cierta repercusión. Una charla amena, fugaz, fue suficiente para comprobar que todavía queda gente de la gran familia musical española que vive fuera del olimpo, sin pedestal ni auras de semidioses que les envuelvan.

IMG_5266El concierto de Xoel, poliédrico, con la alineación titular compuesta por los miembros de su banda al completo, desprendió jovialidad en forma de pop mestizo. Un goce absoluto desde los primeros acordes, según me revela mi perjudicado recuerdo. Xoel interpretó temas de Deluxe y bellos himnos de sus dos álbumes en solitario, Atlántico (2012) y Paramales (2015). Y culminó con una conga gestada entre los presentes en la actuación, prácticamente, en familia, con “Yo solo quería que me llevaras a bailar”.

Al llegar a tierra tardé un día en hacerme con Paramales, el que se convirtió, para mí, en el mejor disco de 2015. Y dos en agenciarme Atlántico. Una semana en comprarme El asaltante de estaciones, el libro con retazos de su vida que publicó en Ediciones Chelsea, el sello editorial de Álex Cooper. Aquella experiencia me hizo (re)descubrir a Xoel, un tipo entrañable de raíz mod, las canciones que hizo en América y el antídoto en el que puede convertirse, a veces, la música.

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