En días lluviosos es fácil caer en determinadas estampas, como esa en la que contemplamos la lluvia caer mientras escuchamos aquella canción con aires de melancolía medio barata, la que huele a cliché sobado…
Pero sí, hoy y ahora llueve. Es perfecto. Todo acompaña. El calor de agosto nos da una tregua y la tarde invita a la introspección, al reencuentro con temas pendientes. La banda sonora se irá inventando, como sucede con la mayoría de planes improvisados.
Decido ordenar mis CDs, que ya va siendo hora cumplido el año de la mudanza. Y cuando digo ordenar es ordenar; es decir, si nos ceñimos a la RAE (soy muy de letras señores míos) esto sería literalmente “colocar de acuerdo con un plan o de modo conveniente”. Pues bien; sí, tengo un plan muy determinado y por fin voy a llevarlo a cabo. Voy a ordenar mi colección de CDs -no pequeña precisamente- por tipo de música y alfabéticamente. Con este filtrado creo que será suficiente; para ser un ejemplar potencial de Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC) no está mal. Sin embargo la tarea no va a resultar tan sencilla; y no me estoy refiriendo a la complejidad que pueda entrañar en sí misma la operativa, no… Siempre hay condicionantes no calculados en nuestras pequeñas misiones domésticas. Esos que nos desvían de nuestro propósito final, y nos acaban sometiendo a la voluntad de un azar jodidamente caprichoso, para acabar navegando a la deriva de alguna tormenta emocional resucitada.
La primera en la frente; me encuentro con alguno de esos títulos imperdonables que no nombraré (lo dejo para un futuro artículo temático “guilty pleasures”) pero que forman parte de la evolución natural de uno en esto de la música. Tienen que estar ahí. «No hay dolor», me digo. Surgen nombres olvidados en el panorama actual; otros de corte clásico que todo buen melómano debe tener. No pueden faltar aquellos que abanderaron toda una generación noventera. También pequeñas-grandes joyas de coleccionista que apenas recordaba que tenía, y que de repente remueven el freak que llevo dentro. Incluso encuentro entradas a conciertos que asistí en su día que solía adjuntar en los CDs y que, viendo las fechas, me hacen sentir viejo de golpe. También descubro que me faltan algunos que por algún motivo he extraviado. Llegado este punto me permito un consejo: antes de dejar un CD o un libro… ¡regaladlo! ¡Eso va a misa! Y da igual que sea tu novi@ “el/la definitv@”, tu mejor amig@, o Rita La Cantaora… Acabarás arrepintiéndote.
Después de un rato me doy cuenta de que muchos de los nombres que voy clasificando ya forman parte de mi colección digital, y entremezclo una clasificación de formatos físicos con carpetas de música digital de un disco duro. Sin quererlo me sobreviene un ansia de poseer todo en formato CD, todo. Pero…, ¿cómo? Me detengo a pensar en toda la música que “me falta” y entro en una crisis personal momentánea porque no soy aquel ser melómano y coleccionista que creía ser. ¡Tengo que poseer la música!
Los nostálgicos del formato físico, y más ahora que vuelve el vinilo, podemos caer en lo que yo denominaría síndrome de la posesión sentimental y quedar atrapados en las redes de la compra compulsiva, o vivir de por vida con el síndrome de abstinencia. Aunque como diría alguno… “más triste es de robar…”
Sea como sea, muchas veces tendemos a aferrarnos a lo material por lo que significa sentimentalmente para nosotros, más que por lo que valga en sí el objeto en cuestión. Y eso no hace otra cosa que reafirmar nuestra condición humana de seres sensibles sujetos emocionalmente a estímulos muchas veces pseudo-irracionales. Ya no me acuerdo cuándo, ni dónde, ni por qué me descargué el álbum XX del autor XXX (sí, lo admito, me descargo música; pero también compro música digital); pero sí recuerdo perfectamente que me compré el álbum Glow de Reef en 1997 en la FNAC de Madrid, porque solía apuntar siempre en las carátulas de los CDs fecha y lugar de compra. Esa experiencia física de compra tiene un valor incalculable y deja una impronta que desgraciadamente se ha ido perdiendo. Así que en este caso defiendo totalmente lo material porque al fin y al cabo nos enriquece y alimenta, nos deja un poso imborrable que nos llena de recuerdos necesarios a los que luego recurrir, en días lluviosos como este…
Ya no llueve, pero como diría mi abuela, qué tarde tan maja se ha quedado…