Yo soy una “persona de discos” y no tengo problema en decir que me cuesta escuchar canciones al azar porque, aunque cada una tenga una historia, un por qué e incluso haya algunas que han alcanzado el estatus de himno universal, con las canciones me pasa como con la vida: prefiero entender el contexto y a veces hasta la línea cronológica para saber como las cosas llegan al punto que llegan.
Para mi una canción es parte de ese todo que se llama disco que nos puede contar – de forma más o menos velada- qué pasaba en el mundo, qué le pasaba al cantante/grupo en ese momento, cuál es el mensaje general que se quiere transmitir… y podría seguir hasta hacer una lista interminable de cosas que se descubren siendo consumidora de discos, incluyendo, que hay gente que dice cosas pero en realidad no tiene nada que decir.
Todo este preámbulo para explicar que siempre hay un motivo profundo por el cuál un disco pasa a ubicar un lugar en la historia de la música, en la vida de un grupo o en nuestras propias vidas.
Cuando en el 2003 salió el “Love Metal” de HIM, cumplió las tres premisas: marcó un hito en la música, marcó un antes y un después en la banda y marcó las vidas de muchas personas.
El Love Metal es un “disco perfecto” donde no sobra ni falta nada, donde todo encaja como en el tetris, donde nada es de relleno y ni siquiera existe esa canción que da lo mismo que esté o no. Pero de entre los muchos motivos, el más importante quizá sea el hecho de haberle puesto un nombre a un subgénero de la música metal. Antes de HIM, había bandas de rock/metal que hacían baladas románticas o había cantantes románticos que se vestían de rockeros pero HIM mezcló a Black Sabbath con Chris Isaak y al resultado le tuvieron que poner nombre propio porque – en este mundo que necesita catalogar para centrarse – nada se ajustaba a lo que hacían.
Esta etiqueta que de alguna forma se autoimpuso el grupo, sumado al enorme Heartagram (símbolo característico de la banda que funde un pentagrama con un corazón) que aparecía en la tapa del disco, amplió notablemente la visibilidad de la banda en los cinco continentes.
A nivel estrictamente musical, aunó en 10 canciones llenas de poesía, todo lo que habían hecho en sus tres discos anteriores. Juntó las guitarras distorsionadas del primer álbum – patentes en canciones como Sweet Pandemonium o This Fortress of Tears, con lo más cañero del Razorblade Romance en Buried Alive by Love, Soul on Fire o Beyond Redemption, sin descuidar lo más lento, dulce, melancólico y plagado de teclados que había dejado su anterior trabajo (producto sin duda del cambio de tecladista de 2001 que trajo junto con Emerson Burton, un plus de formación musical clásica) y que aquí se puede ver en The Path o The Sacrament. Y he dejado para lo último Funeral of Hearts porque, cualquier banda que de una u otra forma deje su sello en la música, tiene que tener un himno y en el caso de HIM es esta canción. Una pseudo balada que resume todo el mensaje de la banda y que tras 8 álbumes de estudio sigue siendo el mismo: “el amor es el funeral de los corazones” una eterna oda a los corazones que, condenados por algo más grande que ellos mismos, siguen tropezando aunque destrozados, una y otra vez con la misma piedra con la misma esperanza del niño que se enamora por primera vez.
A nivel personal, no fue el primer disco que escuché de ellos pero sí ha sido el que me enamoró para siempre y al que vuelvo una y otra vez como nos pasa a todos los que seguimos a HIM. Créanme que a día de hoy, no he encontrado ni a una sola persona que los escuche que me diga que este álbum no le gusta y cualquier aficionado a la música sabe que hay bandas que tras una vida dedicada a la música, eso, nunca lo han logrado.
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