Desde hace un año, cambié mi antigua carrera de manager de talentos para zambullirme de lleno en la investigación y el amparo los derechos y oportunidades igualitarias de los actores, músicos, en definitiva, profesionales de las artes escénicas y la cinematografía. Tantos amigos, compañeros y confidentes que luchan por su lugar y por los que necesito seguir luchando desde el lugar que me pertenece: la educación e investigación.
A unos meses de la finalización de mi tesis, dedicada por completo a ello, varias conclusiones están dando frutos y puedo afirmar que el star system cinematográfico español actual (el nuestro, España y olé) está lejos del americano, e, incluso, del que existía en la década dorada de los años 50 en España. Incluso en esa década había grandes actores de teatro que saltaban a las pantallas de una manera natural y evidente. Ahora el salto es del anonimato a las pantallas, sin pasar por un filtro crítico basado en fundamentos sólidos. De ahí la última tendencia en la selección de actores que es el denominado street casting, el cual siempre ha existido (recordemos el realismo italiano que buscaba que un fontanero o un electricista pudieran actuar de sí mismos) pero que ahora parece que es una práctica permanente.
Un ejemplo claro a nivel interpretativo es el de el último protagonista de la película de Daniel Monzón, Jesús Castro, protagonista de El Niño, que ha sido incluso alabado por ser el “Paul Newman español”. Antes de revelar tales afirmaciones, debe de primar la prudencia. Porque nadie niega las cualidades del actor, pero aún le falta muchísima experiencia. En la actualidad, podemos ver en muchos (quizá demasiados) medios frases como las siguientes: “antes de presentarse al casting para la que sería su película de debut, estudiaba un ciclo formativo de grado medio de Electrónica en el IES La Janda. También ha trabajado de relaciones públicas en una discoteca y echaba una mano en la economía familiar preparando churros en la cafetería de su padre, un empresario de la construcción reconvertido en hostelero. Consiguió el papel entre los más de tres mil jóvenes que se presentaron a la prueba de selección que preparó el equipo de Daniel Monzón para encontrar al protagonista de ‘El Niño’, un delincuente de poca monta que se juega la vida en el estrecho de Gibraltar traficando a bordo de su lancha motora.»
Y qué decir que debemos de partir de la premisa de que la democratización de las artes y los oficios es algo positivo para la sociedad. El problema es que ya existen demasiados casos como éste, en el que la formación y preparación que necesita un actor, como cualquier otro profesional en su propia disciplina, brilla por su ausencia. Como excepción que confirma la regla, siempre ha habido, a lo largo de la historia, cazatalentos que han buscado con ahínco caras nuevas y perfiles frescos para interpretar sus proyectos. Y hasta ahí, bien. Pero después esa frescura e intuición debe de ser canalizada, como mínimo, por una formación en la disciplina que se tiene entre manos. Sin querer insistir en la perogrullada, un profesional debe de formarse en el ámbito en el que quiere desarrollarse, aunque tenga talento innato para ello. Y los actores, por supuesto, no van a ser menos.
Podemos resumir el concepto al que queremos llegar con esta apropiada cita del actor español Paco Rabal:
“Uno de nuestros ídolos era Ismael Merlo. Otro Fernando Rey. También admirábamos a los de otras generaciones, como Romea o Isbert. Todos, venidos del teatro [afirmación errónea en el caso de Fernando Rey].No así a muchos que, elegidos por guapos o por cualquier otra razón, empezaban en el cine sin haber pasado antes por las tablas. Muy pronto tuve el convencimiento de que, si algún día quería hacer cine, antes tendría que aprender en el teatro. Y sigo pensando que es una escuela utilísima, por muy distintas que sean las técnicas”.
Porque no es un capricho nimio: el hecho de tener una formación en artes escénicas es fundamental. Y se ha de partir de los orígenes para después poder especializarse en las técnicas que sean necesarias: ya sea cine, televisión, Youtube, etc. El arte de contar una historia a través del propio cuerpo creando unos personajes concretos no puede banalizarse por el hecho de que “cualquiera puede hacerlo”. Máximo respeto a la carrera y el esfuerzo del actor. Y si se premia el oportunismo o las carreras “fugaces”, ese sentimiento se perderá sin remedio.
Otro ejemplo claro de necesidad de formación e «industrialización» es el ámbito de la música en el cine español, las bandas sonoras.A partir del año 2000 se fraguó la nueva “generación” de compositores de música del cine español, dentro de la que figuran los músicos con más renombre de nuestra composición actual, como Alberto Iglesias, Roque Baños, Eva Gancedo, Lucio Godoy, Carles Cases, Pascal Gainge o Bingen Mendizábal, sin ir más lejos.
Pero han pasado los años y, a pesar de que ellos siguen trabajando, se necesita un relevo, trasgresor y de calidad. Y solamente a través de la dignificación de las condiciones de trabajo, una mayor importancia por parte de productores y realizadores y una divulgación posterior en discos y conciertos, se conseguirá un estilo audiovisual competitivo o, al menos, un haz de luz sobre el panorama noventayochista que ofrece el cine español.
No existe un lenguaje tan sutil y universal para transmitir emociones y sentimientos como la música. Es porque la música constituye un elemento de primer plano en el conjunto de lo que está destinado a provocar en el espectador las emociones más fuertes. El poder que tiene la música de aclarar diferentemente una secuencia, de «elegir» entre las múltiples lecturas posibles, las que deseamos escoger el espectador, de desarrollar las emociones, de comentar, de acentuar o suspender un ritmo, etc., hacen que desde el origen, la música se revele como el elemento primordial que, asociado a la imagen constituya verdaderamente eso que se llama film…
José Nieto. Rev. Cinémaction n.º 62, pg. 69.
Saludos y buena semana, amigos de Notodoesindie.