No escuchábamos lo que la mayoría. No nos sentíamos identificados con la música comercial y no nos apetecía ir a bailar a las discotecas donde los demás iban. Nos considerábamos con mejor gusto musical. Buscábamos otro tipo de pubs, música diferente: indie o alternativa, como a menudo decíamos para tratar de explicar a quiénes, menos melómanos, no sabían de qué carajo les hablábamos. Podía ser rock, electrónica o acústica, no importaba: nosotros la identificábamos.
Luego nos volvimos soberbios y consideramos inferior al resto de música, y en esa vorágine de superioridad, a quienes la escuchaban. Nos volvimos tan selectos, tan exquisitos, tan especiales… que nos quedamos solos. Pero todo era mentira: lo indie se había vuelto comercial y bastaba con encender la televisión para darse cuenta. La música alternativa se había convertido en mainstream y nosotros formábamos parte de eso.
La música estaba contra nosotros, nos lastró… y nos esclavizó.
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