En los años 60 y 70 la música en Catalunya tenía como principal objetivo hacer frente al Dictador. La canción protesta que en el resto de España encarnaban Rosa León, el gran Paco Ibañez y otros, tenía en Barcelona su cuna y punto de calidad que hizo vibrar al resto del país.
Los Setze Jutges, dieciséis hacedores de protesta, dieciséis cantantes de la revolución y estandarte del antifranquismo, que hicieron cantar a obreros y estudiantes. Pero, ¿qué ha sido de este movimiento? ¿Qué ha sido de La Gallineta que coreábamos todos los inconformistas? ¿Qué fue de Raimon…? que rascaba la guitarra con más pasión que acierto o de Lluis Llach, autor de grandes temas, casi todas fúnebres y lúgubres. O del bueno de Ovidi Montllor que nos dejó hace años. Y más cerca el mallorquín de color Guillem D’Efak.
El caldo que dejó tanto cántico revolucionario, tanto estandarte, himno protesta, acabó en nada y ahora en plena proindependencia tampoco se recupera.
¿Podríamos decir que la política es nociva para el Arte? Naturalmente que sí, por lo mismo que es nociva para la propia ciudadanía, porque la política es sólo, hoy en día, el arte de trincar y de ejercer el más preciado bien de todos: la vanidad. La misma que sentía Lluis Llach cuando le coreaba todo el estadio Calderón…
Ahora Llach es parlamentario de Junts pel Sí, mientras Joan Manuel Serrat, uno de los grandes de la música melódica en Europa es tachado de fascista, él que no representó a España en Eurovisión. Mientras uno es político, el otro sigue siendo respetado y reconocido encima de un escenario.
Recordemos con afecto y simpatía a los 16 Jutges. A la pregunta de dónde están, respondo que están bien, en la memoria de la gente de mi edad.