Cultura musical para indios y salmones

ENTREVISTA A CÉSAR ASTUDILLO, AKA GOMINOLAS

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Si eres aficionado a los videojuegos y tienes más de 35 años tal vez te suene el nombre de Gominolas. Ya fueras usuario de MSX, Spectrum, Amstrad o Commodore es el momento de conocer a uno de los participantes de la edad de oro del software español, Notodoesindie inaugura sección de Videojuegos y Música con la entrevista a César Astudillo, compositor de muchas de las bandas sonoras formato 8 bits de aquellos videojuegos de los 80.

 

¿Cómo te iniciaste en la composición de música para videojuegos?

La primera vez que me pusieron delante de un ordenador, me tiré una noche trasteando con él hasta que conseguí sacarle una melodía. Un poco más tarde, ya con mi propio Sinclair ZX Spectrum de teclas de goma, aprendí código máquina, escribí algunos programas para hacer música y los publiqué en revistas, y también algún jueguillo. Me molaba la idea de unirme a un equipo de desarrollo profesional. Un amigo y yo vimos un anuncio de Erbe Software (la distribuidora de Paco Pastor, el cantante de Fórmula Quinta) en el que reclutaban programadores, grafistas y músicos para empezar a hacer sus propias producciones. Estaba empezando Topo Soft, que luego fue una de las tres o cuatro compañías españolas más conocidas. Me hicieron una prueba de composición para uno de los juegos que estaban haciendo, y les moló. Con eso me hicieron su músico “oficial” por varios años y cosa de veinte títulos.

¿Cuál era la mecánica para componer para videojuegos?

Componer música tú solo es tener una conversación con tu instrumento ¿no? Un diálogo que a veces termina en gritos o golpes, pero por lo menos no haces daño a nadie… Tú te haces en la cabeza algo con más o menos forma, un punto de partida, y a partir de ahí, cómo te quede al final va a depender más o menos de lo que lo que pueden hacer los instrumentos que conoces, y también un poco de cómo de bien o mal los toques. Eso es justo lo que pasaba con los videojuegos a finales de los ochenta. El “instrumento” era meter unas listas de números en un ordenador, correr un programa que las interpreta, escuchar con cuidado, e ir añadiendo y corrigiendo hasta que lo dabas por bueno, ya sea porque te dejaba contento o por pura desesperación… Ibas trabajando por patrones o frases, trocitos monofónicos de uno a cuatro compases que luego ibas combinando para formar piezas de polifonía, en mi caso con un límite de tres. Ahí tenías que hacer entrar algo parecido a un bajo, unos acordes (que casi siempre eran arpeggios), y una melodía. Para hacer eso, cada compañía de videojuegos te daba sus herramientas. Las de Topo Soft eran muy primitivas y nada amigables, pero eso no era problema porque yo era más programador que músico (de hecho luego hice de programador durante los siguientes nueve años). Como siempre he tocado fatal, meter las notas una por una y luego dejar que la máquina las toque con la fluidez que a mí me faltaba al teclado o a la guitarra, era una forma muy gratificante de trabajar. Por eso nunca o casi nunca tocaba las melodías en ningún otro instrumento antes de meterlas en el ordenador, iban haciendo ping-pong de la cabeza al chip sin intermediarios. Así es como menos perdían.

De alguna manera, con el paso del tiempo, imaginé que detrás de Gominolas me encontraría en la actualidad con un productor musical o con un compositor de música electrónica, sin embargo no fue así…

Pues ya ves… Nunca fui un músico lo bastante bueno para vivir de ello. Yo soy un aficionado que durante una ventana de tiempo muy concreta tuvo el privilegio de que le dieran dinero por hacer lo que le molaba. Esa ventana de tiempo se abrió porque por entonces, hacer música para videojuegos tenía la barrera de entrada de que tenías que entender de programación. Luego podías tener más o menos talento musical, pero si no eras aficionado a la informática no tenías posibilidad. Ni técnica, porque no sabías hacerlo, ni social, porque no estabas en los círculos donde podía surgir la oportunidad. Cuando surge un campo nuevo, suele llenarse primero con una poca gente interesada por la mezcla de dos cosas distintas que hasta ese momento aparentemente no tienen nada que ver. En este caso estas dos cosas eran la informática y la música. Ahora es distinto, lo que uno necesita para hacer música es ser buen músico… Bueno, espera, a lo mejor no.

 ¿Te has encontrado a mucho nostálgico recordándote a Gominolas?

¡Sí, bastante! Ayer mismo me contactó una persona desde Argentina. Me sorprende mucho y me hace una ilusión bárbara, más que si una mujer me dice guapo, ja ja. Al final la radiofórmula existe porque uno va a acabar cogiéndole cariño a cualquier melodía siempre que le obliguen a escucharla el suficiente número de veces, y los videojuegos me pusieron ahí. Es la única explicación que le encuentro…

¿Qué te dice a ti la música de 8 bits?

Sobre eso tengo el punto de vista de alguien que ha “estado en” esa escena, pero nunca ha “sido de” esa escena. Cuando yo hacía esa música, no escuchaba casi nada hecho por otros. Esto es porque mi máquina personal (el Spectrum) apenas tenía capacidades musicales y había muy poco en que fijarse. Y cuando componía para Amstrad, MSX y Commodore 64 (las máquinas que dan ese sonido “chiptune” que todos entendemos por “música de ocho bits”) lo hacía en un Amstrad que me facilitaba la empresa, pero solo lo usaba para eso, no para jugar. Así que compuse totalmente libre de influencias. Años después he escuchado cosas de otros y hay temas muy chulos, hasta me han llamado de jurado a algún concurso, aunque lo que he escuchado a veces tiende a ser musicalmente como de un género muy definido, muy orientado a sacar el máximo partido al chip de sonido, pero que puede llegar a aburrir un poquitín. Lo que sí me flipa mucho son las variaciones que se hacen ahora, los homenajes al sonido de ocho y dieciséis bits combinados con otros instrumentos, siempre cuando es en clave más popero-juguetona que épico-pretenciosa, ¿sabes lo que te digo? Disfruto muchísimo escuchando a Anamanaguchi o a los uruguayos Gamepad, o a I Fight Dragons, y tengo gastados los discos duros de la gente de Spotify de las veces que habré escuchado “Chiptune” de Sayaka Suzuki… voz dulce hasta la diabetes sobre fondo de 8 bits, mmm… El sonido chiptune en manos de músicos de hoy en día me transmite una atmósfera de frescura y fantasía que encuentro deliciosa. Cualquiera que haya disfrutado como yo del cómic y la peli de “Scott Pilgrim vs The World” tiene que saber de qué rollo estoy hablando.

Como comentas, actualmente es usual ver en canales de YouTube versiones en 8 bit de clásicos de la música o canciones actuales, ¿moda o magia?

Para mí esas versiones cumplen una función muy parecida a los conciertos “unplugged” o los covers con solo guitarra y voz: elegir aposta un medio limitado para así “desnudar” la música y que se tenga que defender sola sin el maquillaje de la sobreproducción. Es una maravilla, porque te pone delante el talento (o la falta de él) de las personas que han hecho la composición y los arreglos, en una forma muy pura y sin adulterar. Muy a favor.

¿Qué tipo de música escuchas?

Tengo gustos muy cambiantes, voy de picaflor. Ahora mismo estoy con el Shibuya-kei japonés de The Aprils, el pop con mucho sinte de The Bird and the Bee, MGMT, Phoenix, Passion Pit… el bedroom pop con reverb a tope de Ducktails, o los temas más shoegaze de The Horrors. Desde que le descubrí en 2004, tengo una adoración permanente por Guille Milkyway y La Casa Azul, estoy muy expectante con su próximo álbum. Y sigo fiel a mi fondo de armario formado entre los trece y los dieciocho años a base de pop sintético (Aviador Dro, Kraftwerk), de rock progresivo (Yes, Emerson, Lake and Palmer…), de rock urbano (Asfalto, Topo), de esas dos musicazas prodigiosas e irrepetibles que son Vainica Doble… Aunque de vez en cuando disfrute mucho del jazz fusión de Chick Corea o de los cha-cha-chás de Machín y Nat King Cole, me declaro sobre todo popero. Sencillez, accesibilidad, melodías pegadizas, y valoración de la capacidad de transmitir sentimientos a mayorías por encima del virtuosismo musical. Y por encima de todo, nunca, jamás, poner cara de peligroso en las fotos.

No sé si conoces la colección Data Discs que están publicando bandas sonoras de videojuegos de los 90 en 16 bits en formato vinilo. Streets of Rage I y II, Golden Axe, Super Hang On…

Yo solo te voy a decir una cosa. El otro día me puse a escuchar las pistas que tienen colgadas en SoundCloud, y el álbum que han hecho con Out Run, en toda su gloria de sonidos de síntesis FM, me ha dado a la vez ganas de llorar y de tocarme con mucho amor. Eso sí, el vinilo como soporte no es lo mío, a mí me gusta estar escuchando la música donde y como quiera con una calidad razonable, los rituales que vayan detrás de eso no hacen la música ni mejor ni peor, no le veo el punto.

¿Eres aficionado a los videjouegos? ¿Cuales son tus melodías favoritas?

Ya no juego mucho, la verdad, así que no tengo referencias en las franquicias para jugones hardcore. Algún juego móvil de estos para “casual gamers”, y también algunos juegos indies a través de mi hijo gamer. Me han flipado cosas como la música incidental de Monument Valley, los temas de Romain Gauthier para el plataformas geométrico “Edge”, o la “suite” extensa y deliciosa que ha creado el genio multifacético de Toby Fox para el metajuego de aventura-rol Undertale. Ay, espera, y el “Still Alive” de Jonathan Coulton, y cualquier cosa que haya hecho el maestro Koji Kondo para Zelda o Mario, por descontado.

Pues después de esto y de otra crisis de melancolía… me voy a jugar al Well’s & Fargo… os dejo por aquí una conferencia del propio César Astudillo sobre la música de 8 bits.

 

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