Ayer fue el Día de la Música. Como celebración me importa más bien poco. De todos es sabido que, cuando se crea una festividad de este tipo, no es más que la celebración de que algo va mal, el festejo de algo tan absurdo como una derrota, en este caso, de la música, que hace años que está en horas bajas.
Podríamos echar la culpa a la piratería y, en parte, es uno de los principales males que sufre el sector. Pero también, y déjenme ponerme exquisito, los gustos de los públicos mayoritarios, del grueso de la población mundial (ojo que lo voy a decir), son una puta mierda.
Si echamos una ojeada rápida y sin perder mucho el tiempo a la principal plataforma de escucha en streaming, vemos que en el ranking las primeras posiciones las ocupan un elenco de estilos y música que distan mucho de lo que podríamos llamar “música de calidad”. Para que me entendáis: si hacemos una comparación con la gastronomía, podemos observar que la gente prefiere el fast food a un buen plato cocinado con cariño, trabajado y con buenos ingredientes.
Siguiendo con la analogía gastronómica, no es difícil suponer que la gran mayoría de la población mundial se inclina por alimentar sus orejas de comida rápida (una hamburguesa en McDonalds cuesta un euro) en lugar de un buen menú (que se puede encontrar por una media de 12/15 euros), argumento que también podría dar respuesta a por qué la gente no compra discos.
Visto a nivel macro, el panorama es más grave de lo que parece ya que es trasladable a casi todas las disciplinas y a nuestro día a día. La población mundial está perdiendo el gusto por lo bueno y está cambiando el buen artículo periodístico por el resumen de un tuit de 140 caracteres o la inmersión en un álbum musical por la escucha random. En definitiva, se consumen rápido muchos contenidos pero sin prestarles prácticamente atención.