Hace un tiempo, durante mis años baleares, tenía un Ford Fiesta viejuno sin lector de CD. Dependiendo de la zona de la isla por la que fuera conduciendo, la señal de radio era más o menos escasa, y había una sola emisora que podía escuchar con mediana nitidez sin tener que andar cambiando el dial. De modo que tenía que escuchar lo que pillase si no quería conducir en silencio.
Hubo muchos momentos en los que preferí conducir en silencio.
Pero hasta que aprendí a callar la radio, escuchaba música indiscriminadamente durante varias horas. En aquella época lo había dejado con algún ex, y muchos días me daba cuenta de que conduciendo, de pronto, me sentía fatal. Al principio pensaba que era, pues por eso, por lo del ex, pero poco a poco vi que era por algo más: mi bajón se veía provocado por la música. El malestar repentino se debía tan solo a una canción. Y si escuchaba otro tipo de música, de inmediato me sentía mejor. Este descubrimiento no tiene ni tenía entonces nada de nuevo, pero para mí sí lo fue al darme cuenta de ello con tal claridad. A partir de entonces preferí hacerme con algún casete que rebobinar con boli Bic, para no caer en la melancolía gratuita.
Y es que creemos que lo que escuchamos es inocuo. Pero no lo es. Escuchar una y mil veces que todo es una mierda tiene consecuencias. Mejor no lo podía haber expresado aquella mítica frase.
¿Escuchaba música pop porque estaba deprimido, o estaba deprimido porque escuchaba música pop?”
Nick Hornby, Alta fidelidad.
Si la poesía es un arma cargada de futuro, el sonido se utiliza como tal, como arma en el ejército para inmovilizar a personas. Lo cual me parece muy simbólico. La música tiene una potencia tal como para suscitar lo mejor y lo peor que hay en nosotros. Yo no la dejaría andar suelta tranquilamente, sin darme cuenta de lo que me está provocando. Quizá la música que escuchamos y sus letras nos configuren de un modo incomprensible. O no tanto, pues hay quienes estudian su fórmula.
El Dr. Jacob Jolij de la Universidad de Groningen (Holanda) consiguió elaborar un top 10 de las canciones que mejor nos hacen sentir basándose en esta fórmula matemática que él mismo diseñó.
Ésta evalúa la canción que nos hace sentir bien (FGI) según su letra (L), su tempo en golpes por minuto (BPM) y su clave (K). El autor del estudio la aplicó a 126 canciones y comparó los datos que obtuvo con las opiniones de los sujetos participantes en una encuesta que se llevó a cabo en el Reino Unido. Jacob Jolij explica: “Aquellas canciones con una letra positiva, un tempo igual o superior a 150 pulsaciones y en tercera clave musical mayor son las que harán que nos sintamos más animados y con más energía. Esto da una idea a los compositores de lo que tienen que hacer para crear canciones motivadoras.”
Víctor Lemes también ha querido contribuir a la ciencia con su análisis estructural de una canción comercial. ¿Qué me dices de la parte en la que se desliza llorando por la pared de la ducha?
Ea, pues ya lo tienes, a huevo: 4 ingredientes mágicos y podrás componer la canción más alegre o la más chunga del mundo.
¿Qué hay de auténtico entonces en esas canciones? ¿Nos convierte esto en meros consumidores de emociones, en adictos a ellas quizá? Si podemos elegir qué sentimientos provocarnos, ¿está bien o no programarnos emocionalmente? Pero, ¿y acaso no lo hacemos ya de todos modos, cada día?
Todo, absolutamente todo puede ser utilizado por dos vías. La música, al igual que el cine y otras artes convertidas en objetos de consumo cultural, influyen en nuestra psique y nuestro imaginario del mundo. Si somos lo que comemos también somos aquello que vemos y escuchamos. Somos fruto de nuestras ideas, y bajo ellas funcionamos. La escucha, la experiencia sensorial indiscriminada sin conciencia alguna de cómo nos afecta tampoco parece la mejor opción. Podemos sobreactivarnos, saturarnos, crearnos ansiedades… Sea como sea, provocadas o no, en último término las emociones siguen siendo tuyas, tú eres el que las vive y atraviesa, quien las disfruta o se queda atascado en ellas. No seas ajeno. Presta atención. Quizá sea un poco más sencillo colaborar con el infinito, caótico y explosivo mundo de nuestros sentimientos para armonizarlo un poco. Escucha lo que quieras pero escucha de verdad. Escúchate a ti mientras escuchas, dónde se te instalan los acordes, en qué zonas se te clavan las estrofas, qué flores te nacen con otras. No escuches más sin darte cuenta de lo que pasa en ti mientras escuchas.
Ecuaciones comerciales para hablar de un amor tan vinculado al sufrimiento, que se me antojan como una suerte de terrorismo emocional para perpetuar clichés y estereotipos que hasta el momento no parecen haber hecho ningún bien a nadie.
Con la de grandes que hay desgañitándose, literalmente, al cantar sobre el amor de otra manera, con una potencia de decibelios arrolladores. Escuchando este Under pressure a capella de ellos dos, el que ya se fue hace tiempo y el que acaba de marcharse, no puedo evitar imaginarles a los dos cantándonos, contándonos desde donde estén el secreto, a voces, de algo grande y hermoso que existe y que ellos conocieron. Contándonos, de una manera total, que la Vida es algo más grande, y que el amor también lo es…
Cause love´s such an old fashioned word
and love dares you to care
for people on the edge of the night
and love dares you to change our way
of caring about ourselves
this is our last dance
this is our last dance
this is ourselves
Me gustan las canciones que nos animan a dejar de pensar en pequeño. No me gustan las canciones que nos animan a encerrarnos en nuestros pequeños conceptos de las cosas. Aunque haya días en los que no alcancemos a mirar las cosas más que desde ahí. A lo mejor justo en uno de esos no dan ni las más mínimas ganas de escuchar una canción que no tenga nada que ver con lo que uno siente, y tampoco que le hagan a uno salir del rebozamiento. Pero lo cierto es que para mi al menos, suele ser exactamente al revés. Que la música adecuada suele sacarme de muchas, sobre todo cuando los días de esos vienen por ideas pequeñas de la vida, o simplemente por nada. En fin, qué se yo, que quizá haya cosas mejores que meterse en el cerebro cuando uno está jodido… Por eso, sea del género que sea, sería bonito que la música te incendie el alma. O que te la calme. O que te la desparasite. Que la acompañe en su tristeza, o que la haga bailar. Pero que nunca, nunca, nunca, juegue con ella.
Pero, eh, no me hagas mucho caso. Son tus opiniones, son tus gustos, son tus oídos y tus emociones. Al fin y al cabo, ¿quién es nadie para decirte lo que tienes que sentir?