Cultura musical para indios y salmones

LA HERENCIA RECIBIDA Y EL LEGADO DE LOS OTROS

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Se supone que lo que somos hoy en día cada uno de nosotros es la consecuencia de un cúmulo de circunstancias por las que atravesamos a lo largo de los años; aquello que nos define, que nos marca el carácter es también justo el resultado de una educación recibida. Sin embargo estoy seguro de que muchos de nosotros en algún momento nos preguntamos en qué modo y medida nos influye esa educación en nuestros gustos, formas de ser o no ser, etc.

Siempre he pensado que mi afición, aunque más bien sería luego pasión, por la música viene prácticamente desde mi etapa embrionaria; y creo que esto tiene sentido desde el momento en el que mi madre ya hacía sus propias sesiones de música sentada en el sofacito de la habitación de mi padre, en la primera casa de mi vida. Allí se ponía a escuchar música (clásica principalmente), a veces con mi padre, imagino que para relajarse, charlar, etc. Ese fue mi primer contacto con la música sin duda. Los expertos creen que esto puede causar un efecto realmente positivo en el embrión en muchos aspectos. Bueno, a decir verdad, no sé si eso es así, pero sí creo que ha ayudado a desarrollar una sensibilidad especial por esta forma de expresión que al final es la música.

Crecí como tantos escuchando música infantil; mucho Parchis, mucha música de series como David el Gnomo, y mucha Teresa Rabal y Torrebruno. Pero imagino que todos recordamos ese disco -sí, antes eran discos de verdad- con el que en algún momento creemos que “ya somos mayores” y escuchamos música de mayores. En mi caso tengo que afirmar que, más allá de haber escuchado mucho a Mocedades o Serrat, el disco que un su día me supuso un cambio de niño-niño a niño-proyecto de adolescente fue el de Duncan Dhu, En algún lugar (1987). Con 9 años entonces, no sabría decir cuántas veces le pedí a mi padre que me pusiera ese disco -sólo él podía tocar el tocadiscos, claro. Recuerdo coger las letras que venían dentro y aprendérmelas de memoria, supongo que sin saber en la mayoría de casos de qué carajo hablaban; a mí los grandes temas de la vida aún me quedaban lejos. Pero desde luego ahí estaba yo como un buen mono de repetición coreándolas constantemente.

Luego ya sí llegaron otros sonidos de aquel momento “más adultos” acordes con mi edad; podría citar a Roxette, que sin duda supusieron un boom en aquel panorama pop-rock. Y bueno, supongo que otros muchos… Pero no quería tampoco hacer especial hincapié en aquellos discos que nos pudieran resultar icónicos a nivel personal, ni nada por el estilo; más bien quería centrarme en aquel grupo o solista que nos pudiera haber “re-educado” en nuestro modo de conectar con la música; que nos hubiera abierto los ojos, y en este caso los oídos, a la hora de ponernos a ESCUCHAR un disco; incluso, en un sentido más global, que nos descubriera nuevos sonidos y caminos.

Pues bien, aunque mi adolescencia estuvo marcada por esos discos que ya conocemos todos y que no volveremos a mencionar, fue en mis primeros años de universidad cuando descubrí realmente que podía escuchar cosas diferentes a las que había estado escuchando hasta entonces. Gracias a una de esas recomendaciones que de vez en cuando un semi-desconocid@ te hace, conocí a Incubus; mi primer contacto con ellos fue “I miss you”, y no pude dejar de escucharla durante unos cuantos días, unas cuantas veces al día.

Incubus es una banda californiana que ha experimentado con sonidos muy diversos, desde el funk-metal y el nu-metal de sus inicios, hasta el rock alternativo y más melódico en el que han acabado. No voy a contar mucho más de ellos porque si os interesa, ya está Wikipedia para eso. Pero sí quiero agradecer, de algún modo mediante estas letras, cómo su música me abrió una nueva ventana que me permitió enriquecerme en lo musical, explorando otros estilos en principio extraños para mí, como lo eran entonces el metal, el hardcore y el emo-rock.

Al final te das cuenta que la educación es también la actitud constante de permanecer alerta ante cualquier señal que pueda llevarnos a nuevos descubrimientos, nuevas sensaciones y emociones. Creo que mi adolescencia musical tan sólo es una pequeña parte de lo que soy ahora; creo que la evolución y el cambio son necesarios para redescubrirnos y reencontrarnos a la vez.

Tengamos siempre muy presente aquello de… ¡renovarse o morir!

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