Movimientos lentos, manos cortadas,
el frío masacrando aquellos pasos dubitativos.
Un cielo azul limpio avanzando al son del débil pulso,
maltrecho por infortunios comunes a la vida.
Cada día era uno más, uno menos…
Cada hora una cuenta atrás hacia delante.
Los deseos de sobrevivir, un vez esperanzados,
quedaban ahora desterrados y huérfanos.
Surgieron preguntas y nuevos planteamientos,
de nuevos escenarios, más allá del aquí y ahora.
La búsqueda atávica y urgente del sentido de la vida;
de la pequeña y gran diferencia entre ser y estar.
Su dolor le iba anestesiando toda sensibilidad,
aquélla que le reconciliaba con su existencia
y que un día brotaba vigorosa para servir como presente.
Sus latidos, descompasados, se consumían resignados
a la par que sus pensamientos se diluían en lágrimas.
Una vez más la realidad golpeaba su fantástico universo paralelo,
ése en donde corazón y cabeza cohabitaban bien avenidos.
Una vez más tocaba sangrar palabras de amor virtual,
recortar instantes del recuerdo y recoger los pedazos.
Pero sobre todo quedaban días por delante…
La cuestión era vivirlos sometido a la inercia salvaje del tiempo,
o empoderarse de una vida sin condiciones ni prejuicios.
El paso del tiempo podía ser letal y asesino,
pero a la vez vertía un increíble poder sanador.
Y mientras aquellos sentimientos se asfixiaban,
la herida curaba, esperando ya la cicatriz.
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